A punto de la tercera

El primer salto estuvo fatal, fatal. Estábamos en la región YK204 y debíamos llegar a la A209. Un salto sencillo, de lo que se conocía como el fin del universo al supuesto inicio del mismo. Claro, la física ha llegado a declarar esos límites, pero no son verdaderos. Si, claro, todos discuten conmigo cuando así lo planteo. Los audaces patriotas universales y los demás pilotos con más nociones físicas que yo, un simple saltador, me lanzan miradas iracundas cuando desafío sus límites psicológicos espacio temporales. Pero es cierto, yo, esta nave y este escrito, son prueba de ello.

Pero vayamos por partes, estábamos en el primer salto. Un salto sencillo, como ya dije, para un saltador como yo. Calculamos las probabilidades, los tiempos, las distancias inexistentes pero presentes en las fórmulas y… obtenidas las coordenadas exactas para la entrada y la salida lejos de cualquier planeta cuya gravedad pudiera succionárnos a tierras desconocidas -si, si, eso es un romanticismo de los viejos tiempos, lo leí alguna vez en un libro de un tal Marco polo, me reí tanto que me zafé la mandíbula por un par de horas, pero no puedo dejar de usarlo, tiene un aire nostálgico y mágico, como de una cercanía entre los hombres que no se puede tener ahora que todo el universo está humanizado. Pero volvamos de nuevo, las coordenadas fueron establecidas, y el salto fue realizado. Por un par de momentos nada pasó, la nave realizó el salto suavecita, como un cuchillo cortando mantequilla, la nave cortaba el universo de fin a principio (o principio a fin según algunos otros físicos) y siguió deslizándose hasta que de nuevo se vieron las masas incandescentes de las estrellas y los enormes planetas.

Entonces aparecieron los pilotos, se dieron las manos felicitándose por un agradable salto que no habían realizado, algunos me sonrieron, algunos me ignoraron; la mayoría tiene en bajo concepto a los de nuestra profesión, finalmente sólo aplicamos matemáticas y física en la vida diaria y no la teorizamos como los grandes investigadores. Pero ya voy de nuevo por otro camino, regresemos. Se felicitaron, se sonrieron y luego palidecieron. ¡Ah, sí! Todos estaba blancos como el papel -otra trillada frase romántica de los ancestros terrestres- y se paralizaron por un momento; luego, todo fueron gritos y chillidos. Se lanzaban en las cápsulas de salvamento, golpeándose unos a otros para entrar en ellas, aunque supieran que había suficiente espacio para todos los de la nave. Pero yo… bueno, yo quise jugar al héroe, me quedé en cabina, encendí cohetes, propulsores, calculé lo más rápido que pude pero fue en vano. El agujero negro junto al que habíamos saltados me engulló con todo y la nave y algunas de las cápsulas que tardaron en salir de ella y no tuvieron suficiente propulsión para escapar a la fuerza de succión de ese hoyo.

No supe dónde quedaron los otros, un hoyo negro no tiene instrucciones ni letreros de dirección para salir a una u otra dimensión. Sí, dimensión. Es probable, sólo probable, que los físicos hayan encontrado el límite al universo -lo cuál dudo todavía- pero ahora les puedo decir que es a ese único universo que tomó miles y miles de años conquistar, porque ese otro, en el que fui arrojado en ese primer salto desgraciado, estuvo solo, abandonado, deshumanizado y barbarizado.

Vagué por el mismo cosa de un par de vidas, claro, ya no puedo calcular el tiempo porque ahí transcurrió diferente, o a esa conclusión llegué luego de vagar por el el equivalente a 3 vidas humanas, en años un poco más largos y días un poco más cortos. No filosofaré aquí sobre el tiempo, sepa el lector, si es que hasta ahora me ha entendido, que no encontré nada, nada de nada, no había vida humana, nada.

Un día, harto de hablar con unos pequeños muñecos que confeccioné con los calcetines que hallé en los cuartos de los otros pilotos, decidí calcular un salto. No me malisnterpreten, no era valentía, realizar un salto en un espacio-tiempo que no conoces es suicidio. Podía aparecer junto a un planeta cuya fuerza destrozara la nave y ya… tres vidas humanas descubriendo planetas deshumanizados triturados con la fuerza de un gigante; o podía aparecer junto a una estrella tan caliente -como esa que antes llamaban sol- que se achicharrara toda la nave. Pero de nuevo me alejo de la historia. Decidí hacer el salto y calculé más a ciegas que a tontas y salté.

Nada, no parecía haber pasado nada. Seguía en la misma dimensión, solo y, al menos, vivo, lejos de cualquier planeta o estrella mortal. Era lógico ¿no? En realidad creo que siempre traté de darme una excusa para acabar con mi vida. Finalmente, un salto temporal solo nos había movido en una dimensión, y fue hasta que entré al agujero negro que había cambiado de ella. Estaba triste porque aunque fuera una tonta excusa yo quería matarme pero no tenía el valor y el salto no me había matado. Así que lo decidí, lo siguiente que haría sería volver al hoyo negro del que había salido y me introduciría por el. Las perspectivas eran varias, o regresaba a la dimensión de la que había partido o… me mataba.

Lo hice, localicé el hoyo y dejé que me arrastrara. Tonto más que tonto, claro, si fuera tan fácil todos usaríamos los hoyos negros para brincar de dimensiones ¿no? ¡No! Los hoyos solo tienen una dirección. Desesperado como estaba se me olvidó y me introduje en otro hoyo, uno que, en vez de expulsar cosas, succionaba. Y allí estaba, en otra nueva dimensión.

Segundo salto. Vagué por aquel segundo mundo buscando humanos, necesitaba dejar de hablar con mis calcetines amigos y, también, necesitaba desfogar todas esas necesidades físicas y psicológicas humanas. No me malinterpreten, necesitaba hablar con alguien, contacto físico, gritos, peleas, escuchar risas, pláticas y discusiones que me ayudaran a encontrar respuestas a vivir, pero también, necesitaba sexo. Esto último era evidente; cada vez dormía más y me levantaba como sudado, desnudo y tirado en cualquier parte de la nave. A veces, cuando bajaba a algún planeta perdía el conocimiento y, de nuevo, me despertaba denudo tirado en el  suelo, sudado y algo agotado. No entendía bien qué pasaba. Hice exámenes físicos en el consultorio de la nave, pero todo estaba bien. Tiempo después comenzaron los sueños, los cuáles atribuí a que mi cerebro buscaba desesperadamente una explicación para desvancerme, desnudarme y despertar sudado.

Los sueños eran confusos, risas, colores, mucho movimiento, cabelleras rosaceas que me rozaban el rostro, manos que me recorrían el cuerpo, y risas, más risas. A veces me levantaba de buenas tras esos sueños, claro, hasta que me daba cuenta que de nuevo estaba tirado en mitad del pasillo central de la nave, sin ropa y chorreando sudor. Desorientado, las más de las veces me arrastraba desnudo hasta la ducha, luego me vestía e ingería grandes cantidades de agua, cerveza o cigarillos. Todo esto pudiera sonarles extenuante, si no fuera por un detalle, comencé a ser feliz. Sí, sí, cada que despertaba me sentía feliz, menos interesado en buscar humanos, incluso me sentía amado. Ahora hablaba con más cariño con mis amigos de trapo, y ya nos los aventaba o golpeaba fúricamente cuando no me contestaban. Llegué a la extraña conclusión de que era un tipo de epilepsia, una que me hacía feliz. Y bueno, si me hacía feliz a cambio de perder el sentido, desnudarme y sudar y sudar, pues podía seguir sufriendo aquello.

Pero no pude seguir sufriéndolo, porque aquello se detuvo de improviso varios meses. Me sentía nervioso, furioso, golpeaba a mis amigos de trapo todo el tiempo. Mi frustración era terrible. Para colmo volvieron los pensamientos de muerte; me preguntaba para qué querer vivir si ya no era feliz, si estaba solo, si… si… Ya no pensaba adecuadamente. Pensé esta vez en tomar acciones directas, acercaría la nave a algún planeta o estrella que la destruyera y a mi dentro de ella. Estudié y busqué las opciones más rápidas durante algunos meses. Al final estaba decidido, lanzaría la nave a un planeta cuya masa era tan grande que su fuerza de gravedad era terrible, tan terrible que en solo un minuto que tardara la nave en entrar en la superficie, estaría comprimida a menos de cuatro centimetros cúbicos de metal, y a mí dentro de ellos. Sí. Lo decidí.

Una mañana me levanté de mejor humor, me vestí lo mejor que pude, tomé el control de la nave y tracé la tareyctoria a aquel planeta. Lo había visto en las incursiones de ese mundo. La nave había detectado su gravedad y por eso había podido esquivarlo sin problema, también había quedado registrado en la memoria de navegación. Detuve la nave unas horas antes del planeta. Quería estar bien seguro de todo este asunto. Hice un último recorrido de la nave, como despidiéndome y entonces perdí el sentido de nuevo.

Tras aquello me quedé tirado en el piso pensando que los ataques habían vuelto, que quizá no debía matarme, que quizá aquel sentimiento de felicidad volvería a mi. Pero, dudaba, ¿soportaría que de nuevo se detuviera? Lloré un rato en silencio y luego sentí frío ahí tirado en el piso, sudado y desnudo. Rodé para levantarme y choqué con un cálido bultito. Era un bebé, de cabellos rosas y ojos verdes. Dentro de la manta encontré una nota que decía «Somos y no somos, en puntos nuestras dimensiones se tocan, puedo sentirte, puedo tenerte, pero no puedo verte, ni tú a mi. Este es tu hijo». Lo entendí todo. La felicidad, la desnudez, el sudor, mi hijo.

El niño ha crecido, sigo encontrándome con su madre en sueños, no recuerdo mucho del encuentro, pero la felicidad volvió y nunca se fue. Le he enseñado todo lo que he podido, también le he hablado de su madre. esto último lo obsesiona, se ha vuelto teórico, escribe y escribe en el ordenador números y más números mientras su madre me viola en cada encuentro bidimensional. Últimamente hemos estado platicando sobre hacer un tercer salto. Yo dudé la principio pero creo que lo haremos… pronto. El tiene sus teorías sobre los hoyos y confía en que saltemos a la dimensión de su madre. Yo dudo, ya he dado dos saltos con anterioridad y no sé nada de teoría. Pero quien sabe, quizá funcione, quizá lleguemos con su madre, quizá ella sea de mi dimensión, quizá… quizá… quizá la tercera sea la vencida.

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Autor: Haydee Sharaa

Las letras, papeles, cuadernos, libros, telas, agujas, pegamentos, navajas, plumas, ideas, creaciones, sonrisas y vida me definen bien.

9 opiniones en “A punto de la tercera”

    1. Quizá sí. Fue fan mucho tiempo de aquellos amiguillos Poe y Lovecraft, pero también pensaba en muchos otros que he leído con pasión. Qué bueno que te gustara, es mi primera publicación aquí, me preocupaba un poquito. Un saludo.

  1. Exquisita y deliciosa ciencia ficción, me parece un género muy difícil de escribir (con decencia), te felicito por los saltos dimensionales, aunque personalmente me hubiera gustado como referencia que citaras la época en que se desarrolla tu relato.
    Esos calcetines me hicieron recordar al Wilson de Tom Hanks.

  2. Yo también recordé al Wilson de Náufrago (justamente anoche la vi). El relato no se me hace estilo Lovecraft (no hubo un Gran calamar gigante devorador de mundos ni hombres pez) pero sí está bueno. Como lector sí me gustó, quizá hubiera acortado unas partes pero, felicidades, excelente debut. (Terminaste poniendo algo sexoso, ¿ya ves?)

  3. La puntada del romanticismo me agradó bastante, aún ahora me parece que queda ya bastante lejos referenciar a Marco Polo.

  4. La ciencia ficcion nunca ha sido lo mio, asi que las primeras lineas no me llamaban la atencion, el final en cambio me parecio lastimosamente hermoso, me habria encantado leer mas a detalle el final y menos a detalle el principio, pero ya en serio, el final me gusto mucho, me recordo a los Otros.

  5. En verdad es dificil generar un buen texto de ciencia ficcion. Este se me hace muy bueno. Aunque el toque de romanticismo fue el que finalmente me atrapo.

    Saludos!!

  6. ¡Me encanta!
    Hace unos meses mi novio me prestó un libro con varios cuentos pero uno en especifico me gustó: a punto de la tercera.

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