Influenza K, el virus de los puercos voladores y los remolinos de colores

Cuando uno escucha “facultad de enfermería” se le viene a la mente un montón de viejas acá bien buenas en mini batitas blancas desbordándose en sabrosura capaces de complacer cualquier deseo por mas inimaginable o inmoral que pareciera, bueno, al menos yo si me lo imaginaba, cualquier cosa era imaginable menos un wey como yo, deserté en la facultad de medicina y aferrado me inscribí en enfermería donde hay puras viejas gordas, chiaaaa. El ser enfermero desató una serie de bromas y risiones estúpidas por parte de mis amigos, ya te imaginarás, todos me traían de bajada por ser enfermero pero yo iba con todo, tanto así que me eligieron para hacer prácticas en el hospital mas nice de la ciudad y ahí me tienen, haciendo puras tonterías en el hospital, jugando carreritas con las sillas de ruedas con otro enfermero en prácticas o, lo mejor de todo, robándonos morfina, benzodiazapeina, nembutal y cualquier cosa que nos embruteciera, pero ese día Mario, un paramédico 2 años menor que yo llegó con clorhidrato de ketamina y me dijo con esa voz de pachecon que tiene —vamos a evadir la realidad gueey!— estábamos en el turno de la noche, eran como las 4am, nos fuimos al patiesito de la cafe y la mezclamos con marihuana, le pregunté dónde había conseguido tanta ketamina, me regaló un frasco de ketamina líquida y me dijo que se la había conseguido un amigo que trabajaba en un laboratorio, que habían comprado muchísima por un estudio que le estaban haciendo a un montón de puercos influenzados que tenían en el laboratorio algo asi, la verdad no me acuerdo… estaba bien drogado —Es que yo prefiero ver elefantes rosas voladores que puercos rosas voladores, como que los puercos no están tan chidos— tuvimos nuestra típica platica de pachecos sin sentido y luego… no me acuerdo, escuchaba un pip en mi cabeza…pip…pip…piiiip… piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Cuando desperté estaba en una camilla sudando, en la sala había muchas camillas pero sólo 7 estaban ocupadas, tenía una sensación extraña en la cabeza, como si hubieran licuado mi cerebro y el líquido se moviera de un lado a otro, un hombre con bata, cubre boca y canoso con un peinado a la Albert Einstein me miraba extrañado haciendo caras como las del loco Valdéz mientras hacia anotaciones en un block, me preguntó cómo me sentía y cuando le pregunté qué hacia ahí me dijo:
—estamos en cuarentena y ya es hora del té…
—¿cuarentena? ¿De qué?
En la cama que estaba a mi lado una muchacha joven se desgarró en un grito y comenzó a contorsionarse como la niña del exorcista, horrorizado me hice a un lado, parecía que en cualquier momento su cabeza giraría y vomitaría cosas verdes, el doctor se me acercó y en voz baja me dijo que era la etapa final del virus, que las altas temperaturas de la fiebre provocaban alucinaciones y demás términos médicos que no entendí, la palabra alucinaciones se quedo rodando en mi licuado cerebro como si el doctor la repitiera una y otra vez cuando de pronto me di cuenta que realmente estaba repitiéndola una y otra vez.
— alucinaciones, alucinaciones, aluci…
—¡Doctor!
—¡Ah! ¿Qué pasa?— Pareció sobresaltarse
—me está poniendo nervioso ¿qué es lo que pasa aquí?
El doctor me tomó del hombro y alejándome de los demás, me puso rápidamente un cubre boca y dijo que todo el piso estaba en cuarentena y todos corríamos grave peligro porque el virus mutaba y cosas así bien mala onda, me llevé la mano al bolsillo de mi chamarra y descubrí el frasco de ketamina y extrañamente me sentí mejor, porque el doctor me dijo cosas bien feas de lo que estaba pasando, dijo que yo había estado 2 días en coma y que la ciudad cayó en alarma máxima, que llegaba muchísima gente a toda hora con los síntomas del virus y el pánico se apoderó del hospital en sólo dos días, cerraron puertas y ventanas del hospital, los que querían escapar eran acribillados. Que quemaron 3 ambulancias como protesta por la indiferencia del gobierno y sólo se escuchaban disparos todo el día, que la gente en el hospital se fue muriendo y los sanos se fueron contagiando, que el hospital no se abrió hasta que tuvieron que sacar los cuerpos de cinco doctores que estaban como mordidos por perros, inmediatamente me acordé de la loca esa que parecía la niña del exorcista. El doctor-loco-Valdéz prendió la televisión, vi que el presidente daba un informe cuando de pronto se suelta llorando y solloza que la ciudad esta cercada por el ejercito y francotiradores y ni siquiera él puede salir y pide perdón una y otra vez por haber aceptado que se soltara un virus de prueba en la ciudad que no parecía tan nocivo al principio pero como siempre los chilangos lo distorsionamos todo y el virus se hizo más y más peligroso, sin terminar de hablar la transmisión se cortó y un tétrico zumbido invadió el cuarto con el tono azul que quedó en la pantalla iluminando, me quedé mudo, pensé que el doctor estaba exagerando cuando un golpe fuertísimo en la puerta me hizo despertar, eran los 7 enfermos de la sala moviéndose como… pues así todos torpes como zombies. Sonó un ruido bien horrible seguido de gritos, los zombies habían abierto la puerta, se acercaban lentamente y arrastrándose, el doctor y yo tratábamos de abrir la otra puerta desesperados, yo gritaba con todas mis fuerzas y de pronto vi una silueta a lo lejos en el blanco pasillo, por un momento pensé que podría ser otro zombie pero yo sólo quería salir de ahí, parecía ser un doctor quien se apresuro a abrir la puerta, el doctor con peinado de Einstein y yo caímos al suelo en cuanto la puerta se abrió y yo gateando llegué hasta la pared y grité:
—¡¡¡¡CUIDADO!!!! ¡¡¡¡va dejar salir a los zombies!!!!
—¿pero qué demonios sucede aquí? ¿Cuáles malditos zombies?
Inmediatamente la joven que parecía la del exorcista dejo de contorsionarse en el piso y sonrío encantadoramente, los demás comenzaron a bailar entre ellos y uno comenzó a hacer ruidos como si rugiera. El que yo pensé que era doctor se metió corriendo y gritando “¡¡¡zombieeees!!!”
—pero… la epidemia, están enfermos, el virus ¿qué sucede aqui?— pregunté al que abrió la puerta.
—¿tú qué estás haciendo aquí? ¡Estás en el piso de psiquiatría!
De un salto me levanté del piso y de un jalón me arranqué el cubre bocas que traía, de pronto me pareció que todo tenía sentido y me sentí bien idiota por haber sido engañado por un montón de locos, del susto y del desconcierto empecé a sentirme mareado… y luego ya no supe más… sólo puras lucecitas.

Desperté en una camilla con un montón de agujitas en todas partes, me dolía todo, como cuando despiertas de una pedota todo crudo, apenas y podía mover la cabeza pero miré que en la camilla de al lado estaba Mario pálido y temblando y llegaron un montón personas como con trajes como de astronauta y se lo llevaron, ninguno me dirigía la palabra a pesar de que yo hacia mil preguntas desesperado —pinche Mario— pensé— ¡¡todo por sus drogas de puercos!!— estaba mejor mi alucín de los locos, me sentí atrapado, sentí que ya había terminado todo, sentía que mi cerebro se deshacía y escurriría en cualquier momento por mis oídos, seguramente ese también era un síntoma de la enfermedad, me quedaba poco tiempo de vida, uno de los astronautas me puso una mascarilla y me dio mucho sueño… todavia no… más… ketamina… piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Benavides despierta mareado en una camilla jadeante rodeado de dos doctores y una enfermera gorda que lo miran con reprobación
—ah… ¿cómo estoy doctor? ¿Cuánto tiempo me queda? ¿Qué pasó con los locos? ¿Dónde está Ma…
En la televisión encendida en la pared del cuarto Lolita Ayala dice con tono serio que las victimas del virus han llegado a los 300 sólo en la ciudad y que el virus se extiende por todo el mundo.
—!NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Un grito imponente calmó su lamentación
—¡Benavides! pasaste 4 días en coma por una sobredosis de ketamina, no tienes nada.
Por el pasillo caminaba Mario con ese andar despreocupado de siempre, saludó animadamente a Benavides y siguió su caminar mientras entonaba la música de “el sirentito” de Rigo Tovar en un silbido. La vergüenza hizo que todos los síntomas imaginarios se le escurrieran hasta el suelo… otra vez, de pronto ya no le dolía la cabeza ni tenía náuseas y lo que le decía el doctor sonaba más coherente que las escenas apocalípticas de las que acaba de despertar, afuera caía la tarde, las calles tenían menos gente de lo acostumbrado, todos traían cubre bocas y caminaban con prisa, sin querer se escuchaban las conversaciones alarmantes del virus y algunos emos con cubre bocas coloreados con estrellitas y calaveritas parecían mas zombies de lo normal.
Benavides dejó de gritar y volteó a ver al doctor con los ojos muy abiertos, el doctor se acomodó los lentes y con el seño fruncido le dijo:
—está despedido
— ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

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5 opiniones en “Influenza K, el virus de los puercos voladores y los remolinos de colores”

  1. Zaz.

    Dejé de ponerle atención, la verdad al segundo párrafo. Le seguí por disciplina, pero la neta está muy confuso. Se me hace que te pachequeaste y le echaste unas ‘ketaminas’ al coctelito.

    No es cierto, bueno sí, pero, mejor me quedo con el recuerdo de tu historia anterior.

    Es que no me gustan los zombies.

    Y menos la paranoia de la influenza = zombies = bah.

    Suerte a la otra ja.

  2. pues si, es confuso, tan confuso como estar drogado!

    por deooos que nunca se han drogado hasta alucinar?? que nunca se han metido aire comprimido hasta escuchar piros pip pip piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiips?

    ay soy una incomprendida, ire a la cantina…

    y tu eres emo lero lero!

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