El Palacio

Amanda abrió la llave y sintió de inmediato el agua fresca corriendo sobre su cuerpo. Cerró los ojos, levantó la cabeza y trató de olvidarse de la discusión que tuvo con su madre momentos atrás. “Soy tu madre y harás lo que yo te diga”. Resistiendo las ganas de contestarle, Amanda se encerró en su habitación y minutos después decidió tomar un baño buscando relajarse. “Serán de nuevo unas vacaciones horribles”, suspiró resignada.

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Amanda abrió la llave y sintió de inmediato el agua fresca corriendo sobre su cuerpo. Cerró los ojos, levantó la cabeza y trató de olvidarse de la discusión que tuvo con su madre momentos atrás. “Soy tu madre y harás lo que yo te diga”. Resistiendo las ganas de contestarle, Amanda se encerró en su habitación y minutos después decidió tomar un baño buscando relajarse. “Serán de nuevo unas vacaciones horribles”, suspiró resignada.

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Por la tarde, Amanda y su familia tomaron la carretera y en poco tiempo ella se sintió en medio de la nada. Desde hacía tres años, luego del fallecimiento de su abuelo y la repartición de la herencia, su familia pasaba casi todo el verano en una gigantesca y solitaria casona frente al mar. No tenían vecinos, el pueblo más cercano se encontraba a 20 minutos de viaje y la casa más próxima era una estructura inacabada. Juegos de mesa, fogatas, carreras en la piscina… Amanda tenía en mente todas las actividades que sus padres propondrían como si se apegaran a una lista en la que estuvieran prohibidas las más ligeras modificaciones. Sus amigos se encontraban en otras playas o en el extranjero y ni siquiera contaba con sus primos a quienes ya no veía luego de las disputas por el testamento.

Al ver la casa recortada entre las primeras sombras de la noche, Amanda cerró los ojos y suspiró resignada.

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Al amanecer del día siguiente, la madre de Amanda se percató que había olvidado parte de la mercancía en la ciudad por lo que salió al pueblo para hacer de nuevo las compras. “Hija, te quedas sola, nos llevamos a tu hermanito, ¿de acuerdo?”, le dijo antes de salir; la aludida no dijo palabra alguna. Pasados algunos minutos, aburrida y abrumada con el aplastante silencio, Amanda recorrió la casa de grandes paredes blancas hasta detenerse frente a un ventanal que miraba hacia la estructura sin terminar que descansaba a pocos metros de ahí. “El palacio”, como le llamaba su padre, era básicamente un conjunto de muros y techos derruidos que alguna vez prometieron un castillo de tres pisos que finalmente se convirtieron en una grisácea mancha en el horizonte. Su padre decía que la edificación estaba ahí desde que él era un niño y que el dueño era un millonario que de la noche a la mañana se quedó sin un centavo. Aburrida, abrumada por el aplastante silencio, Amanda salió por la puerta principal.

Escombro, maleza, muros grises… “El palacio” contrastaba con el paradisíaco escenario de mar, sol y palmeras que la rodeaba. Amanda subió al segundo piso y ahí miró con pesar los restos de una escalera que insinuaba un tercer nivel ahora inalcanzable. Se disponía a regresar cuando el sonido de una motocicleta saturó paulatinamente la atmósfera.

Él tenía el torso desnudo, la camisa amarrada a la cintura y el pantalón blanco enrollado hasta las rodillas; ella vestía una blusa azul, ceñida y sin mangas, y unos shorts ajustados de mezclilla del cual nacían un par de largas piernas. Amanda se paralizó al verlos aparecer entre la hierba y los escombros; rápidamente se refugió detrás de un muro, buscando desesperada una salida. Mientras tanto, la pareja sonreía y se miraba cómplice junto a una pared rota. Amanda, nerviosa y acorralada, los observó con detalle: él no le pareció atractivo a pesar de los músculos que otorgan el trabajo duro; ella, por otro lado, era mujer joven y esbelta de cabello negro y ondulado que caía libre sobre los hombros; ambos de piel morena y brillante; ambos cómplices en la penumbra y la humedad.

Él la besó con suavidad en la boca mientras la tomaba de la cintura. Amanda pensó de inmediato en huir. Él la besó en el cuello y ella echó la cabeza ligeramente hacia atrás, sin borrar aún la sonrisa de sus labios. Amanda se imaginó corriendo junto a ellos rumbo a la salida. Él metió las manos por debajo de la blusa, acariciando el vientre, haciendo círculos alrededor del ombligo. Amanda tensó el cuerpo, buscando tomar impulso. Él subió hasta el busto, rozando la circunferencia de los senos. Amanda dudó por un segundo. Él bajó de pronto la mano derecha hasta el sexo de su compañera, tocando con delicadeza por encima de la mezclilla, sintiendo la porosidad de la tela e imaginando la suavidad de la piel.

Inmóvil y sin emitir sonido, Amanda recordó a su joven maestro de matemáticas; la revista pornográfica que sus amigas sustrajeron del cuarto del hermano de una de ellas; y el cuerpo desnudo de Lucía, su mejor amiga, a quien sorprendió accidentalmente mientras tomaba un baño.

Ajenos a su entorno, la pareja se fundió en un largo beso antes de que ella lo apartara con un ligero empujón; él intentó decir algo pero ella sonrió y se llevó el dedo índice a los labios indicándole que guardara silencio. Acto seguido se despojó de la blusa y amenazó con un ligero movimiento hacer lo mismo con el sostén. Él intentó acercarse y ella lo vio directamente a los ojos, negó con la cabeza, y deslizó sus manos por su propio cuerpo, tocándose con la punta de los dedos, sintiendo las huellas invisibles que él dejó sobre su vientre. Dándole la espalda, con suaves movimientos provocados por una melodía inexistente, la joven mujer de figura esbelta y largas piernas se deshizo del sostén, lanzando una mirada cómplice por encima del hombro. Con un pausado movimiento de sus caderas, bajó sus ajustados shorts hasta insinuar la tela de su ropa interior.

Amanda se llevó las manos a la boca mientras observaba la escena; no sabía qué pensar, las imágenes impresas en aquélla revista, mezcladas con la ternura de su antiguo profesor y la blanca piel de Lucía se arremolinaba y aparecían violentamente ante sí, conjugándose con la escena que tenía lugar a pocos metros frente a ella. Los shorts de mezclilla en los tobillos, las manos sobre la espalda, la lengua entre la oreja y los ondulados mechones de negro cabello. Amanda casi podía sentir en el aroma del sudor y la calidez de de los cuerpos entrelazados. De pronto el silencio desapareció junto a las paredes grises y el verdor de la hierba y todo fueron caricias, gemidos y gotas de sudor que encontraban su camino entre la piel morena y brillante y la escasa ropa.

Amanda no supo cuánto tiempo duró la escena pero cuando la pareja partió ella suspiró aliviada. Al incorporarse dispuesta a regresar, se detuvo unos segundos frente al lugar donde había estado la pareja. Sus pensamientos aún tropezaban entre sí, aunque esta vez acompañados por una renovada sensación de tranquilidad, como si fuesen mecidos por un suave oleaje. Tocándose el vientre, mirando la arena removida en el suelo, Amanda echó la cabeza hacia atrás y lanzó una mirada cómplice a un amante invisible.

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Raúl Pérez

Autor: Raúl Pérez

Soy pasante de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad Modelo. Actualmente me desempeño como maestro en el nivel medio superior y como colaborador del cine foro del Centro Cultural José Martí. He publicado en el periódico Por esto! y en las revistas "Al pie de la letra", "Cataficcia. Revista de cuento hiperbreve" (Zacatecas) y "Mística espiral" (revista en Internet). Soy autor del cuento para niños El monstruo del armario publicado por la Universidad Modelo.

14 opiniones en “El Palacio”

  1. Nice, pero creo que le faltó un poco más de interacción a Amanda. Por otro lado creo que la idea no implícita de su masturbación ante tales escenas entrega con la incertidumbre, un aire erótico.

    Así que no sé, si le faltó o no. Quizá un poquito más.
    Tal vez a las chicas les provoque más sensaciones.

  2. A mí me hizo recordar mis años mozos cuando despertó mi sexualidad…..
    Lo erótico de lo prohibido se alzaba así frente a mí, y los cambios corporales me sugerían continuamente el autoconocimiento.

    Pffff.

    Sí, era increíble ver a escondidas escenas televisivas donde alguien diferente a ti, era quien tocaba a la nena en cuestión.

  3. UHH! Buenísimo! ese factor vouyer, la inocencia, el despertar a esas sensaciones, la descripción del lugar, ah que bonito!

    Me gusto mucho pero me habría encantado una versión mas detallada de la pareja, se que lo hubieras hecho increíble y yo me habria emocionado a tal grado que habria renegado de mi recién adquirida soltería y… y ya.

    Espero algo súper hot de tu parte en el próximo relato.

  4. O sea, sí pero…

    Erótico al nivel de una película de media noche en Golden Choice desde el título, de ese tipo de escenas en donde hay penetraciones imposibles y no se muestra más piel que la de las tetas y si acaso nalgas. Por cierto, alguien debería prohibir el uso de la palabra ‘busto’ para fines sexuales, no es sexy, ni armónica, es más ni siquiera es adecuada para describir un buen par de senos.

    No me gustó que los protagonistas sean de piel morena, pero eso es trauma mío, en cambio a Lucía, oh sí que me la imaginé. La acción del cachondeo previo está bien pero a menos que Amanda haya cerrado los ojos a la hora chingüengüenchona, no leímos penetraciones, mordidas, lenguas, etcétera.

    Me gustó el final abierto aunque no sea inesperado -¿Quién los entiende?-. Y me gustó también la separación de los párrafos, eso hace que la lectura sea más ágil y entendible.

    Chido.

  5. Pues me gustó. Sí me pareció erótico, pero creo que pierdes demasiado tiempo en la introducción. Además, terminabas las situaciones rápidamente, si hubieras seguido esa línea durante más tiempo, hubieras logrado un mejor efecto.

    Por cierto, con respecto a lo que dice Luisz, a mi parecer, la palabra más fea para referirse a los senos es «chichis». Cómo odio esa palabra.

  6. Cierto, como dice Luisz, por un momento visualice el relato como una escena de alguna pelicula del Golden Choice . . .
    Sin embargo, me gusto por que me dejaste emocionado esperando mas accion, no se, pensando que la descubririan y luego formarian un trio y . . . bueno, cosas asi que suelen suceder . . .
    Tal vez en tu proxima participacion nos cuentes a detalle, lo que hizo Amanda despues . . .

  7. Wow, no esperaba esta variedad de comentarios. Interesante la reacción de las damas.

    Con respecto al estilo Golden Choice pues pienso que algunos de esos programas se acercan más a lo erótico (que era el fin de este capítulo en HD-B) que a lo pornográfico (aunque esas series no dejan de ser clasificación X). Lo malo de las series de medianoche de Golden es que caen en los clichés (por eso en mi relato no hay tríos ni masturbaciones voyeur).

    En cuanto a los defectos de ritmo, lo acepto, los tiene pues esto es algo que escribí en un horas.

    Gracias por los comentarios.

  8. Bueno, cada quien es dueño y responsable de su tiempo.

    Gracias por darnos un relato escrito rápidamente, no es pretexto, claro.

    Por cierto, a mí me pareció adecuado el ritmo, el problema -para mi gusto- es el contexto.

    Saludos.

  9. No manches luisz, que onda con tu trauma de gente sepulcralmente blanca, de carnes perfectas y pezones rosas? osea jelou! somos mexicanos y el hecho de que algun personaje sea como la mayoria de los mexicanos te hace rechazarlo inmediatamente y… y ya solo queria decir eso.

  10. A mi se me gusto, el título no prometía mucho, pero el relato si me provoco «algo» jajajajá. Yo también tengo un problema con la piel morena, pero creo que al final son los gustos de cada persona, total, si no me gusta utilizo mi imaginación je!

  11. tengo la facultad de ponerme a tono con cualquier tipo de piel si la mami está sabrosona (tono tepiteño).

    Eso de las motos fíjate que siempre siempre te va a dar oportunidades para irte lejos a cachondear.

  12. de pura casualidad Diabla, yo tengo una moto súper híper mega rockera motocicleta. Los demás escritores? no te se decir, he venido aquí cada día con mis ojos prestos y no los he leído.

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