Inseparables

Donatelo contemplaba desde la azotea el mar de tejados, postes, antenas, árboles y cables que se extendía alrededor de él en todas direcciones. Doce pisos más abajo corría el torrente bullicioso de coches y peatones. En la azotea de un edificio cercano una mujer colgaba  ropa en los tendederos. Algunas ventanas del condominio de enfrente tenían abiertas las cortinas, revelando parte del interior de las habitaciones.

Por un momento, Donatelo tuvo la esperanza de que se presentara la oportunidad de espiar a alguna vecina saliendo de la regadera, pero no tuvo tal suerte. En cambio, su mirada se cruzó con la de una anciana asomada a una de las ventanas. La mujer hizo una mueca y cerró bruscamente la cortina. Donatelo abandonó la inspección del edificio y siguió contemplando el panorama. Continuar leyendo «Inseparables»

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En la plaza de Santo Domingo

La puerta de la carreta se abre, una mano arranca el saco que me cubre la cabeza y dos hombres encapuchados me sujetan por los brazos, arrastrándome hacia afuera. La luz de la plaza es cegadora. Mis ojos, acostumbrados a largos días en la sombra, se sienten como si estuvieran en llamas. Al principio no puedo ver nada, pero el clamor y el bullicio me hacen saber que hay una nutrida muchedumbre reunida. Continuar leyendo «En la plaza de Santo Domingo»

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Tres peregrinos

Tres peregrinos partieron de la ciudad en busca del espíritu de la montaña, de quien se decía era capaz de obrar prodigios. Es poco lo que se sabe de su viaje, salvo que fue largo y penoso, y que recorrieron senderos traicioneros y olvidados, por donde ningún hombre había caminado desde hacía muchos siglos.

Finalmente llegaron a la cima de la montaña, de la que también es poco lo que se sabe, pero se dice que está envuelta en místicas brumas, donde el aliento de la magia puede ser escuchado como un susurro en el viento.

El espíritu de la montaña se hizo presente como un resplandor, y los peregrinos sintieron su mirada aunque no tenía rostro, y escucharon su voz retumbar como un poderoso vendaval a pesar de que hablaba sin palabras. Como recompensa por su travesía, el espíritu concedería un deseo a cada uno. Continuar leyendo «Tres peregrinos»

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