La luz no encendió (el Cuervo)

Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la penumbra, se oyeron algunos gritos de pánico por el repentino apagón, además de algunos murmullos y risas; una voz con tono autoritario increpó a quienes al parecer eran empleados del lugar para que verificaran lo que había sucedido con la energía eléctrica, ¡la luz no encendió!, se escuchó a lo lejos, cuando de forma inesperada, repentino como fue el corte de energía, regresó la luz a la cafetería en que me encontraba, mis pupilas se contrajeron al instante como reflejo al inesperado destello del viejo candelabro que se encontraba sobre mí.A pesar de haber perdido la noción del tiempo desde que me encontraba allí, podría jurar que llevaba no mas de quince minutos, pues sobre la mesa rectangular que estaba frente a mí, limpia y sin ningún rastro que indicara que ahí había comido alguien, únicamente se encontraba una servilleta de tela y un cenicero, momento en el que se percató de mi presencia aquella persona con voz autoritaria, de inmediato se dirigió hacia donde me encontraba, se detuvo tan solo a un par de pasos de la silla que ocupaba y me concedió una gran -y aparentemente sincera- sonrisa, me preguntó si me encontraba bien a lo que contesté con un simple y sencillo monosílabo, «sí».

– ¿Es bien atendida señorita…?

– Señora…, quisiera tomar algo, pero nadie me ha atendido aun, ¿me podría traer una soda?

– Lo siento, pero únicamente servimos café.

– Café está bien entonces.

– En un momento ordeno que se lo sirvan señora…

Fue cuando cayó en cuenta de que no podía recordar su nombre, obviamente no quería parecer una loca desquiciada o pasar por estúpida, por lo que únicamente respondió:

– Usted parece una persona amable y no quiero parecer grosera, pero preferiría conservar en el anonimato mi nombre.

Ante tal respuesta, frunció levemente el ceño, se encogió de hombros y dijo:

– De ninguna manera quiero parecer entrometido señora, aquí ante todo, respetamos a quienes nos visitan, sin importar el tiempo que permanezcan con nosotros, pues lo que queremos es conservar su «paz interior».

Aquel último comentario le pareció extraño, irónico tal vez, pero con un dejo de seriedad que le hizo dudar si le estaba jugando una broma.
El lugar en que se encontraba era increíblemente amplio, las mesas estaban acomodadas simétricamente, al parecer en una sola fila, tanto horizontal, como verticalmente, apenas alcanzaba a distinguir las paredes de la habitación de las que colgaban numerosos cuadros que mostraban fotografías en color sepia de personas desconocidas para ella; observó además que el lugar se encontraba casi lleno y por extraño que parezca, solamente una persona ocupaba cada una de las mesas de aquel café, todos frente a una taza con la misma bebida que ella había pedido, silenciosos y serenos a la vez, callados y solitarios.

Recordó que traía consigo en el bolsillo delantero izquierdo de sus jeans su celular, por lo que se dispuso a hacer una llamada telefónica, pero, ¿a quien la haría, si ni siquiera recordaba su nombre?, pensó entonces marcar al número de la última llamada realizada, pulsó el botón que le indicaba remarcar y entonces, silencio, nada, no había señal; con la mano izquierda en alto hizo un ademán a quien aparentaba ser el jefe de meseros, quien de inmediato acudió ante ella y le cuestionó sobre si en aquél lugar podría realizar una llamada telefónica.

– No se nos está permitido comunicarnos con el exterior señora, es decir, no contamos con ningún teléfono, lo siento, pero aquí está su café, espero sea de su agrado.

Desconcertada por aquella respuesta pero a la vez extrañamente tranquila y serena, comenzó a degustar aquella bebida que le pareció, a primera impresión, el café mas delicioso que jamás haya probado, hipnotizante tal vez, pero sobretodo, una relajación que le provocó un leve bostezo; fue entonces cuando preguntó al «jefe de meseros» por la hora al percatarse que no llevaba consigo el reloj cuya silueta tenía marcada en la muñeca derecha.

– Lo siento nuevamente señora, pero no traigo reloj y de hecho no creo que ninguno de los presentes cargue con uno.

– Habrá de perdonar mi atrevimiento señora, pero, ¿me permitiría tomar asiento?

– Por supuesto.

– Al igual que usted y como podrá percatarse, son muchos los que nos encontramos «aquí», la diferencia entre ellos y usted, radica en que hasta ahora no se le ha informado el motivo de su presencia en este lugar y que evidentemente desconoce.

– No sé a que se refiere, cierto es que no tengo la certeza de la hora en que llegué o si alguien me trajo, pero de eso a que exista un «motivo» particular, dista mucho señor.

– ¿Alguna vez ha pensado en lo que existe después de la muerte? ¿hay vida después del fallecimiento? ¿existe la reencarnación?

Estuvo a punto de levantarse ante aquellos cuestionamientos sin ningún sentido aparente, pero la curiosidad por lo que aquella persona podía decirle fue mas fuerte, por lo que escuchó atenta.

– Todos los que nos encontramos aquí reunidos, mas allá de nuestra clase social, religión, afiliación política, gustos, defectos o virtudes, tenemos un rasgo común que nos identifica, y es que estamos muertos.

– ¿Muertos?

Quedó perpleja ante tal revelación, entrecruzó los dedos de las manos, bajó la mirada extraviada, puso las manos sobre su nuca y se dejó caer sobre la mesa al parecer sollozando.

– ¿Muertos?, ja, ja, ja… ja, ja, ja, ¡JAJAJAJAJA!

Su acompañante guardó silencio contrariado por la reacción de aquella hasta entonces aparentemente tranquila señora.

– ¿Cómo voy a estar muerta si estoy sentada frente a usted, platicando y bebiendo café? ¿Me toma por estúpida o tan solo quiere jugarme una mala broma?

– De ninguna manera señora, todo lo que conoce mas allá de la muerte son meras especulaciones, falsos mitos sin pies ni cabeza, toda aquella persona que habitó el mundo, al fallecer ocupa un lugar en una mesa como la que se encuentra frente a usted, hasta el final de los tiempos, no hay infierno, no existe el paraíso ni el purgatorio, toda… «alma», por así decirlo, viene a parar aquí y uno de los «efectos secundarios» de los recién fallecidos es una pérdida temporal de memoria, por eso no recuerda su nombre.

– Pero, ¿qué es lo que pasó?, ¿porqué morí? ¿qué me sucedió?

– Toda persona que fallece tiene dos derechos, uno, a tomar todo el café que desee y el otro, a saber el motivo de su deceso, ¿quiere saber porqué murió?

– Por supuesto.

– Si yo fuera usted, preferiría no saberlo, digamos que, su muerte no fue por causas naturales.

– ¿Tuve un accidente?

– No precisamente, fue asesinada.

– ¿Quien?, ¿cómo?

– Únicamente me está permitido decirle el nombre de quien la privó de la vida…

– ¿Y?

– Su nombre es Isabel.

Al escuchar aquel nombre, al parecer, nada significó para ella, pues no le fue posible recordar el momento de su muerte o el motivo por el que fue asesinada.
No le fue posible recordar como es que su esposo sufrió por partida doble, por la esposa fallecida y la hija secuestrada, tampoco recordó cómo es que su muerte conmocionó a la ciudad, que cientos de personas acudieron a su funeral; que no pudieron verle el rostro debido al deplorable estado en que quedó, de haber sido así, la hubieran visto apacible, si acaso cabe tal adjetivo, la cabeza ligeramente inclinada sobre su costado izquierdo, descansando sobre una fina almohada de plumas de ganso.
Igualmente hubiera recordado a su amado Mateo, aquel gato persa que le regalara su marido en su primer aniversario de boda, animal que por extraño que parezca, parecía el mas triste de todos los allí presentes por la pérdida de su dueña, felino que en ningún momento se movió del ataúd que contenía sus restos, sino hasta que la caja mortuoria fue depositada en tierra, para después nunca mas saber de él.

– ¿Entonces, veré a Dios?

– Aquí no existe ningún dios, ni mucho menos ningún demonio, a nadie se juzga por sus actos en vida, eso es trabajo de los tribunales de los hombres, así como de sus respectivas conciencias; aquí no existe el bien y el mal; con el paso del tiempo comprenderás que lo que «ustedes» en vida llaman religiones son, en el mejor de los casos, recursos creados por su propia imaginación, para no sentirse abandonados, ni tirados a la deriva, son tótems a los cuales aferrar su fe, algo o alguien en quien creer cuando sienten desfallecer, eso es allá, aquí, no necesitarás ese consuelo.

– Es difícil comprender todo lo que me dice, es mucha información para procesarla en tan poco tiempo.

– No te preocupes, aquí con nosotros, tendrás «todo el tiempo del mundo». Por cierto, toma, creo que esto te pertenece, los llevabas contigo al momento de tu muerte y fuiste enterrada con ellas.

– ¿Qué es?

– Son un par de monedas, dos denarios para ser mas preciso, al parecer tu familia posó cada una sobre tus ojos, supongo que a modo de precaución, pues creyeron que te encontrarías con Caronte.

– Muchas gracias, por cierto, no recuerdo su nombre.

– No lo he dicho, me llamo Simón… Simón Pedro, ¿puedo ofrecerte algo más?

– Sí, otra taza con café por favor.

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Cuervo

Autor: Cuervo

El Cuervo es un cabrón al que le gusta un chingo el mundo de los blogs y que para su desgracia, no puede dedicarle el tiempo mínimo necesario para ello, pues otros menesteres exigen su presencia, aunque siempre que hay oportunidad, escribirá algunas líneas para liberar un poco la carga emocional acumulada de varios días y de paso leer artículos harto interesantes.

10 opiniones en “La luz no encendió (el Cuervo)”

  1. Guau Cuervo, superaste el anterior relato, como siempre nos sales con finales inesperados y con ese toque chido de escritura sin tocar ningún aspecto vulgar. Felicidades de nuevo…

  2. Wow!!!!
    Con que «Más allá del bien y del mal» ah?…. no estará Nietzche tmb deambulando junto a esa señora?.. una plática con él no le vendría nada mal….

    Debo leer La Divina Comedia… tengo tantos libros en fila caray!!

    Qué gran idea encarnar ahora a la esposa asesinada… no, no… esto se pone cada vez mejor!!

    Muy buena entrada!
    Me tenía en penumbras..
    =D

  3. Nuevamente una excelente aportación, jajaja para mi proxima entrada se me ocurrió algo que esperemos no parezca un fusil de esta gran historia, ni modo ya llevo lo suficiente avanzado como para no querer volver a empezar.

    Saludos!!

  4. Si la Divina Comedia… el Caronte River, el barco para cruzar a ese lugar donde no hay bien y ni mal…el limbo…Se ha de tomar buen cafe alli, pero prolongare la ida lo mas que se pueda, se esta bien aqui.

    Me gusto este relato.

    Saludos

  5. Wow… genial, hubo algo que me molestó y no supe que fue. Tal vez el hecho de que no me gusta el café. Demonios, esperemos que el menu varie para cuando me toque visitar.

    Ya voy a empezar a escribir mi relato.

  6. Me gustó, muy buena historia 🙂
    s
    olo que me perdí un poco, al principio hablabas en 1a persona y luego en 3a, jejeje soy medio distraida

    saludos!!

  7. creo que me tuviste pegada a la pantalla un buen rato casi como un aromatico cafe, humeante y tibio

    estare alucinando… porque no me gusta el cafe…

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