Sangre de mi sangre

«Primero en tiempo, primero en derecho«… ja, ja, ja, ja, ja, pobre estúpido; Juan Pablo, tardó unos segundos en asimilar el significado de esa frase, fue entonces cuando comprendió el sentido de la misma.

Al instante reflexionó sobre el cuadro que estaba ante sus ojos, le pareció una mala broma del maldito destino, siempre en su papel de agnóstico, el gesto serio cada vez que hablaba del tema, le vino de inmediato a la mente las mil y un veces que repitió a cuanta persona se dejara por él influenciar: «el destino no existe»; no obstante, ese mismo destino(?) del que por tantos años renegó, le daba una bofetada directo a su -hasta hace unos cuantos minutos- inmaculado orgullo; no daba crédito a lo que sus ojos le mostraban, le pareció una imagen dantesca, un mal chiste.

Desde su perspectiva, hubiera podido jurar que el tiempo se detuvo por unos instantes alrededor suyo, se imaginó a sí mismo como dentro de una película de los hermanos Wachowsky, con todo y «efecto Matrix» incluido, sintió como una gota de sudor frío recorría lentamente el costado izquierdo de su rostro, deslizarse lentamente hasta su barbilla y de ahí, caer hasta el suelo, esa simple gota retumbó en sus oídos cual si fuera campanario de catedral.

Abrió la boca para intentar proferir sus primeras palabras al interior del departamento de Laura, pero esa asquerosa sensación en la mitad del cuello se lo impidió, de inmediato lo reconoció como la reacción del cuerpo a una situación indeseable o bochornosa, «nudo en la garganta» le llaman algunos, provocado no tanto por ira o tristeza de ver a la mujer deseada, desnuda en compañía de otro, sino por ese fuerte sentimiento de envidia, porque suyo debía ser el pene que Laura introdujera en su boca y lamiera lenta y suavemente, suyo y no el de aquel anciano decrépito que «casualmente» encontrara camino a su domicilio en los vagones del metro.

La pareja que hasta hace unos momentos se encontraba «unida», se separó por la repentina aparición de Juan Pablo en el departamento, se sentaron sobre el sillón en que daban rienda suelta a sus necesidades sexuales, ella, sorprendida de ver al compañero de trabajo, él, inerte y sereno sin proferir palabra alguna, a la espera de lo que su interlocutor le dijera, pero Juan Pablo no pronunció una sola palabra; solamente dio -al principio titubeante- unos pasos con dirección hacia donde la pareja desnuda se encontraba, bajó por un instante la mirada y observó aquél vaso de unicel, postrado sobre la mesa de centro, con el inconfundible logotipo de la empresa para la cual trabaja, conteniendo en su interior el café que a Laura le había comprado, justo al salir de su centro de trabajo, lleno aun hasta el tope, «la muy perra no se lo tomó, nada mas gaste quince pesos a lo pendejo»; preocupado al parecer, mas por el dinero invertido en ellla que por pronunciar las palabras correctas.

A pesar de considerarse un hombre de carácter, Juan Pablo era afable y tranquilo con casi todas las personas que le conocían, siempre atento, siempre sereno, siempre amable, nunca alguien pudo afirmar haberlo visto perder los estribos, nadie hasta esa noche -Laura ahora tenía algo que contar-, caminó unos pasos mas hasta ese húmedo sillón, desvió por un momento la mirada del vaso con café y advirtió que sobre la misma mesa se encontraba un sacacorchos al lado de una vacía botella de vino tinto, «yo debí beber ese vino», pensó otra vez, extendió el brazo izquierdo hasta que su mano alcanzó el sacacorchos, lo sujeto con firmeza y de nuevo avanzó unos cuantos pasos mas, se detuvo por un momento, esbozó lo que pareciera ser un intento de sonrisa, forzada y lastimera sonrisa, al parecer burlándose de sí mismo, dejó caer el sacacorchos al suelo que rebotó sin hacer ningún ruido sobre la desgastada alfombra marrón del departamento de Laura, «¿con cuántos mas se habrá revolcado la muy desgraciada en esta alfombra?» «¿cuántas felaciones habrá obsequiado esa deliciosa boca que tantas veces besó mi mejilla y que ansié estrechar contra mis labios?»

Todos esos pensamientos invadían su mente sin darle respiro alguno, hasta que casi sin darse cuenta se encontró a un par de pasos de la acalorada pareja, fue entonces en ese momento que se paró, firmes los dos pies sobre el suelo, las piernas ligeramente separadas, miró fijamente a los ojos a su odiado rival que aun a pesar de su evidente avanzada edad, mantenía la erección de su miembro a consecuencia de las artes amatorias de Laura, se dispuso entonces a pronunciar ahora sí, sus primeras palabras y esto fue lo que se escuchó:

– Papá, eres un cabrón, te dije que la quería solo para mí…

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Cuervo

Autor: Cuervo

El Cuervo es un cabrón al que le gusta un chingo el mundo de los blogs y que para su desgracia, no puede dedicarle el tiempo mínimo necesario para ello, pues otros menesteres exigen su presencia, aunque siempre que hay oportunidad, escribirá algunas líneas para liberar un poco la carga emocional acumulada de varios días y de paso leer artículos harto interesantes.

6 opiniones en “Sangre de mi sangre”

  1. Ahhhhhhhhhhh no, pero no mames!
    Cuervo, es usted un cabrón. jajajaja
    Esto se está poniendo buenísimo, Otro merecido aplauso. Uta madre, ya quiero que sea lunes para ver qué pasa.

  2. Bueno. Muchas explicaciones y muchos rodeos (tip) para un final que vendiste desde el principio con el título.

    Va bien la historia, con altibajos, es normal.

    Y yo sí quiero que sea lunes. ¿A ver Diabla? ¡Sorpréndeme!

  3. No, yo no creo que hayan muchos rodeos ni mucho tiempo «sin acción», a mi lo que me llama la atención es ¿el viejo del metro es su papá? ¿no que no le era conocido aquél anciano?

  4. jajajajaja

    un final de verdadera felación.

    aunque coincido con Raúl en el pequeño «error». pero si hollywood los comete a montones en sus peliculas, por que nosotros no.

    Esta serie si me tiene picado en el descenlace.

    Que no caiga,

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