Preludios Circenses: Sólo un perro

Escrito por El Caminante Solitario

Más vale que te levantes Pablo, ¡arriba! ¿Que esperas?– Dijo Alex
-¿Que puta hora es? – Dijo Pablo enojado porque lo habían arrancado de su sacro sueño
– 11:30, Ignacio nos dijo que quería que estuviésemos con él a las 12:00 así que… ¡MUEVETE!

A Pablo le gustaba la cacería desde que era niño, su padre le enseñó todos los trucos de un buen cazador. Siempre se consideró el mejor hasta que conoció a Ignacio el año pasado cuando cazaba un jaguar que había matado a varios niños en una escuela al sur de México. Lo estuvo siguiendo durante dos días y cuando por fin lo encontró el jaguar acorraló a Pablo e Ignacio salido de sólo dios sabe donde, se abalanzó sobre el animal armado solamente con un cuchillo… salvándole la vida. La primera conversación que tuvo con él fue en ese mismo lugar cuando el jaguar yacía muerto sobre una roca.
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Encuentros

Él abordó el metro por la primera puerta del primer vagón en el primer instante en que se abrieron las puertas.

Ella abordó el metro apenas por la última puerta del último vagón en el último instante antes de que se cerraran las puertas.

Él, con su casi inquebrantable ética no podía permanecer en los vagones de las señoritas, así que comenzó su trayecto al fondo del tren.

Ella, con su casi infinito miedo no se sentía segura en un vagón lleno de hombres, así que comenzó su trayecto al frente del tren.

Él de veinticuatro años.

Ella con veintitrés.

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La voz de la sirena

Érase una vez un hombre loco que se volvió poeta, escribía y escribía pero todo sin tinta.
Escribió el compendio de poemas más grande y más bello que jamás haya existido y todo, absolutamente todo, estaba escrito sin tinta.Sucedió que un día se encontraba escribiendo sin tinta a la orilla del mar, como solía hacerlo todos los jueves de luna llena. Una sirena blanca llegó hasta él, cautivada por los versos sin tinta del poeta.
— ¿Quién eres tú, mortal, que osa profanar la belleza de mi canto con esos versos sin tinta?
El poeta inmutado seguía escribiendo.
— ¿Acaso no me has escuchado?
La sirena lo miraba fijamente mientras el poeta seguía escribiendo sin tinta, como si la sirena no estuviera ahí hablándole.
—He preguntado quién eres, hombre que osa opacar con esas palabras sin tinta el hipnótico sonido de mi canto.
El poeta se detuvo, cerró su libro y la miró.
— ¿Cómo te atreves a ignorarme de ese modo?— decía furiosa y altanera la sirena —¿no ves que soy yo la hija del rey del mar? la más hermosa de los mares, la de voz única, la dueña del corazón de quien pisa el mar.
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La luz no encendió (Yair)

Hola… te traje flores —decía Ricardo mientras las ponía sobre el buró junto al respirador— no me podía decidir entre girasoles u orquídeas, así que traje tulipanes, espero te gusten… quiero darte algo, es un amuleto de la suerte que me ha acompañado todo este tiempo en la fuerza —Ricardo sacó del bolsillo de su gabardina una moneda antigua incrustada en un aro atravesado por una cadena de plata— es un denario; mi padre me lo dio cuando me enlisté en la academia y desde entonces me ha traído suerte, ten, quiero que lo tengas —se acercó a Nubia y le puso el denario alrededor de su cuello— …juro que atraparemos a quién te disparó, lo juro. Acabo de toparme al jefe en el pasillo, parece que él también está preocupado por ti y me ha asignado a otro caso, dice que es mejor que me mantenga en otros asuntos para no dejarme llevar por la ira en la investigación, y… creo que tiene razón Continuar leyendo «La luz no encendió (Yair)»

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