Los dedos de Nubia

Literalmente hablando la hormiga murió. Nubia estaba medio desnuda, el pelo lo tenía enmarañado, con una mano acariciaba su pubis por debajo de sus húmedas bragas de algodón y con la otra frotaba frenéticamente a la hormiga alrededor de las obscuras aureolas de sus pechos caídos, la hormiga ya había muerto decapitada en una de las tantas veces que ella la apretaba contra sus duros y prominentes pezones, pero eso no impedía que ella imaginara que se estaba cogiendo a la hormiga.

Ella seguía proporcionándose placer manipulando hábilmente su clítoris cuando abrupta y sorpresivamente entró en la habitación el amante en turno de Nubia. El vestía un viejo pantalón de mezclilla roído de la rodilla, unos sucios tenis Converse y una camisa verde chillante tipo Polo, estaba lleno de hollín y sudor; la escena le alteró y excitó a la vez, no obstante el le gritó: Continuar leyendo «Los dedos de Nubia»

El incendio

Se dispuso a dormir a las cuatro de la mañana en una silla que estaba en el pasillo; a los quince minutos se levantó y se durmió en el piso; una hora después se volvió a levantar y se fue a su casa, donde ya no pudo conciliar el sueño.

A las seis de la mañana se pueden hacer muchas cosas, ella lo sabía, y lo sabía muy bien. El problema es que no estaba en ninguna disposición de hacerlas, por lo que se limitó a mirar el techo mientras imaginaba que las hormigas fornicaban en los agujeros. “Esa hormiga lo hace muy bien”, pensó. Y se puso a cantar una canción de Billie Holiday.

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Conversando con ella

-Asesinos, eso es en lo que se han convertido.

-¿Realmente eso es lo que crees?

-Por supuesto, sino dime tú, ¿quién en su sano juicio sería capaz de hacer eso con una pobre mujer?, ¿porqué después de haber recibido dos balazos en el pecho, habría de darle el tiro de gracia?

-Por piedad seguramente.

-¿Piedad, dijiste?, ¿acaso tienes mierda en lugar de cerebro?

-La madre pudo desangrarse por varios minutos, posiblemente horas antes de que llegara alguna ambulancia de nuestro «eficiente» sistema de salud público, pudo haber tenido una lenta y terrible agonía antes de desangrarse por completo, por eso quien quiso poner fin a su vida, tuvo piedad de ella y decidió que lo mejor era que finalizara lo más rápido posible.

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Otros Rumbos

-“…Sentimientos?”-

Y con esa pregunta, más bien, la única palabra que alcanzó a escuchar perdió el tren de pensamiento que tal vez lo podría haber llevado a resolver el caso. Suspiró pesadamente mientras tomaba su taza de café frío y bebía un sorbo, ya había perdido la cuenta de las horas que llevaba viendo las fotografías.

-“No te escuché Nubia ¿Qué dijiste?”-

-“Que si pensaba que las personas que hicieron esto tienen sentimientos”-

Él observó a su nueva compañera por un momento. ¿Qué hace una mujer joven y bella como ella en un lugar como este? Ah si, graduada con honores de la universidad, al cerdo del jefe se le ocurrió que le podría ser útil en más de un aspecto. Pobre ilusa, de seguro piensa que está haciendo algo por el mundo.

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Psicopatía

SOMBRA azul en los párpados, y delineador negro al rededor de los ojos, solía aplicarse Isabel al maquillarse cada día.
Sin embargo, no necesitaba nada de eso. Ella era realmente hermosa: las proporciones de su cuerpo parecían figurarse a las de un maniquí en aparador de una boutique cara, sus ojos esmeralda hechizaban con sólo verlos, y la finura de sus facciones parecían haber sido esculpidas por un artista en un trabajo artístico de ésos que tardan días enteros en lograrse. Isabel tenía además el fino porte que la mismísima Nefertiti, y el mismo carisma innato que poseía Diana de Gales.
No obstante, ello no le bastaba. Poco parecía importarle poseer aquellas virtudes por las cuales una millonada de mujeres pagan al adquirir y que en posesión de alguien más, otro uso podrían tener.
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